A las 6 de la mañana del sábado comenzaron a sonar las sirenas. Algo poco común en el kibutz Nirim. Cada vez que ese ruido irrumpe, la orden es esconderse. Constantemente los capacitan para resguardarse en las “habitaciones seguras”, construcciones de hormigón con resistencia a bombardeos. Una especie de bunker. Lo primero que pensó fue en su hijo, que estaba en una fiesta a pocos kilómetros. Tomó su teléfono, llamó a Mika una pastor alemán y se encerró. Su aldea se ubica a un par de kilómetros de la Franja de Gaza. Nunca imaginó que viviría para contar lo que vendría después.

Miriam Diener partió desde Morón a Israel en el año ‘85. Todos los días se despierta a las 5.30 para trabajar. Hace muchas actividades, pero principalmente está a cargo del paisajismo. Trabajo valorado porque su aldea está asentada, como la mayoría, en un territorio árido. En sus recorridas diarias siempre recibía algún piropo: “no por linda, a esta edad ya no, sino por mi trabajo con las plantas y flores”. Allí se producen muchas cosas, y es costumbre contratar a palestinos que cruzan la frontera para trabajar. Los reciben, les pagan por sus labores y comparten comida y, algunas veces, les ofrecen alojamiento. Pero este fin de semana, todo se rompió.

No es un día cualquiera el sábado. Para la tradición judía el Shabat es considerado como el sagrado séptimo día de la semana, que -según la Torá-ha debe ser celebrado con la abstención de cualquier clase de trabajo. Miriam había decidido hacer un poco más de fiaca en la cama, suspender los despertadores y descansar.

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“Sonó la sirena y salté de la cama. Cerré la ventana de la habitación, metí a la perra y trabé la puerta de hierro. El bombardeo fue sin pausa”.

El bunker le impedía escuchar bien lo que estaba pasando. Miriam necesita tranquilizarse, las explosiones no la dejaban pensar bien. Muchas veces le habían explicado lo que estaba sucediendo, ahora lo estaba viviendo. La adrenalina se incrementaba. Encendió la vieja computadora que guardaba para situaciones como esta. Buscó información ¿qué estaba pasando? Nadie decía nada, ni el gobierno ni los medios. De un momento a otro, las bombas cesaron y aparecieron los ruidos de corridas, eran personas, pero los sonidos no eran familiares. Miriam escuchaba, pero no podía ver nada de lo que pasaba fuera de la habitación. “Entraron a robar, a saquear, a capturar personas. Se escuchan como cientos, miles de palestinos. Se llevaron todo lo que encontraron o podían llevarse. Principalmente herramientas, pero eso es lo de menos”, remarcó Miriam.

Sonó el teléfono. Recordó que su hijo estaba en una fiesta en la zona. Era una reunión de jóvenes que habitan en los kibutz. Le mandó un mensaje: “están bombardeando, no vengas protegete como puedas”. Sin información en los medios, las redes sociales comenzaron a ser el canal de comunicación. El grupo de vecinos en Whatsapp relataba lo que sentían o veían sobre lo que pasaba. “Comenzaron los pedidos de auxilio, quemaban las casas con la gente adentro, en las piezas de seguridad. Se estaban asfixiando, cuando no resistían más, salían y se los llevaban. Se llevaron chicos, abuelas. A otros directamente los mataban, mataron familias enteras. Fue una barbarie, mucho odio, mucho antisemitismo”.

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Era un asedio constante. Se escuchaban disparos, gritos, llantos. Era un caos. Pedían ayuda. Hacían publicaciones en Facebook, en Instagram. Dejaban mensajes en las oficinas gubernamentales. Las horas no pasaban.

“Nadie se lo esperaba, nadie se espera una cosa así. Nosotros estábamos pidiendo ayuda al ejército, a la policía, a bomberos, a cualquier entidad del Estado. Nadie vino a ayudar. No les importaba nada. Ofelia tiene 77 años, se la llevaron. Tengo muchos amigos que se llevaron. Esta gente no tiene códigos de guerra, no se secuestran bebes o viejas. Los animales son mejores. Estos no tienen instintos”, recordó Miriam.

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El terreno estaba limpio para que los terroristas de Hamas se movieran a discreción. Miriam está defraudada y pide que alguien se haga cargo de lo que pasó. “Alguien tendrá que dar una respuesta. Toda la Franja de Gaza está rodeada de comunidades agrícolas israelíes. Somos todos trabajadores, yo no recibo planes, la mitad de mis entradas se van en impuestos al gobierno, no recibo ningún plan de ayuda, laburo todo el día y nadie nos ayudó, nadie nos protegió. Quedamos solos”, remarcó.

El tiempo era interminable. En la última comunicación con su hijo, había recibido la promesa de enconderse o protegerse dentro de un desnivel que dejaban los ríos al secarse. Fue casi una orden de madre, su hijo había visto el ataque a la distancia, pero quería “salvar los equipos técnicos y parlantes de la fiesta a la que había asistido”. Horas después, confirmaron que los terroristas mataron a sangre fría un grupo de chicos en esa fiesta.

A la tarde, los ruidos se detuvieron. Miriam decidió abrir la puerta de la habitación para tomar algo de agua. Se estaba deshidratando. Su última comida había sido la noche anterior. “Arriesgué mi vida por una botella de agua de la heladera y un balde para usarlo de baño. Volví corriendo a la habitación”, rememoró.

– ¿Cómo fueron las últimas horas?

– Recién a las cinco de la tarde llegaron las tropas israelíes. Rescataron a los pocos que lograron. El Nirim estaba devastado. Irreconocible.

Miriam Esquivaba cadáveres de amigos y vecinos. Era su familia adoptiva. Aun ardían algunas viviendas. Los soldados llevaron a los sobrevivientes al comedor del Kibutz. Esa noche nadie pudo descansar. Se siente en estado de guerra. Ella se considera una sobreviviente de una masacre.

Soldados israelies en una comunidad agrícola

– Al día siguiente llegaron los colectivos que nos iban a llevar a otro lugar. Vino un soldado y me dice que tengo cinco minutos para armar un bolso. Busqué lo que pude. Ya habían pasado mas de 30 horas y no había pegado un ojo. Mira, hasta me olvidé de buscar unas bombachas. Mucha gente estaba en ropa interior o descalza. En la desesperación por sobrevivir te olvidas de todo.

En el Nirim las viviendas no tienen cocheras. Hay un playón en donde se estacionan los autos de todos. También el de Miriam.

– Increíblemente el único vehículo sano era el mío. Le pregunté al militar a donde iba la caravana. Corrí a buscar las llaves del auto, me subí y rajé a todo lo que daba a Beerseba (la ciudad más próxima a unos 90 km). Creo que anduve a 160 km por hora, hasta que llegué a la casa de mi ex marido.

En el medio Miriam se mensajeó con su hijo. Le relató que habían acribillado a casi todos en la fiesta. Él había logrado escapar. Quedaron en encontrarse en la ciudad.

– Nos reentramos al otro día, fue super emocionante. Le devolví su perra, lloramos un rato juntos. No sé cuándo podre volver a mi casa.

– ¿Qué sensación te queda después de todo lo que pasó?

Los palestinos son muy buena gente, pero estos estaban entrenados, comandos preparados. El Hamas es una organización terrorista que tiene que desaparecer del mapa. Los civiles no tienen educación ni comida. Invierten toda la plata de la ayuda internacional en hacer túneles y terrorismo. Nosotros, los fronterizos, somos gente de paz, que queremos trabajar, somos agricultores. El Hamas tiene a la gente agarrada de las pelotas.

Miriam ahora está en Eilat, un balneario al sur del país. Bien lejos de todo el terror y la violencia. Allí la llevo el gobierno hasta que todo pase.

Todo el relato lo hizo en un tono elevado como gritando, buscando, quizás, que su voz se escuche claro del otro lado del mundo. Apenas terminó la charla con Perfil Córdoba mando un mensaje final: estoy llorando, no puedo creer lo que vivimos. Los judíos no somos los malos del mundo, solo queremos un pedacito de tierra para vivir.