Claudio Gómez / Agustín Colombo

Sufrir para gozar

Claudio Gómez

Los clásicos no se disfrutan. O mejor dicho: algunos clásicos son imposibles de disfrutar. Hay demasiado en juego, se sabe. Y si el partido se da como el de ayer no hay manera de relajar. Independiente hizo un gol a los 3 minutos y ya todos sabíamos lo que se venía: más de noventa minutos aguantando la diferencia, con el equipo replegado y todos los conjuros activados. Y así fue: Racing intentó de todas las maneras posibles y llenó el área de centros. La pelota, los espacios y las chances eran para el equipo de Gago.

Recuerdo un clásico parecido en 2010. Era el debut del Turco Mohamed como técnico. Independiente ganó 1-0: llegó una vez, facturó y después aguantó. El arquero Hilario Navarro fue la figura. Entre aquel clásico y el de ayer hay un punto en común: Cristian Baez. En 2010 era un pibe desconocido y convirtió el gol, y ayer, ya experimentado, integró la dupla central.

En uno de los dos contragolpes que tuvo en el primer tiempo, Chaco Martínez quedó mano a mano y se perdió el 2-0. El Rojo desaprovechó una de las pocas que tuvo. ¿Es necesario seguir sufriendo? ¿No alcanza con estar pendiente cada fecha de la tabla del descenso, de seguir con interés desmedido los partidos de Gimnasia, Huracán, Vélez? Parece que no. Es un clásico, y los clásicos no se pueden disfrutar.

Para peor entra Hauche. Para Racing es un golpe de efecto, para Independiente, una pesadilla. El Chaco revienta el travesaño de Arias. Se viene la noche, sin dudas. Si no metés las pocas que tenés, el rival no te perdona. Hasta que en la jugada de todos los tiempos Giménez logra que la pelota pegue en la mano de Sigali. ¡Penal! Se hace cargo el Chaco, el más atrevido en el Cilindro. Como para no reducir el riesgo cardíaco, patea despacito y al medio. Pero entra. Gol, golazo. 

Quedan cinco minutos y el tiempo de descuento que les regale Mastrángelo. Dos goles de diferencia son irremontables, dice la lógica. Y efectivamente así fue. Independiente se quedó con el clásico más tenso en mucho tiempo. Quedará para otro momento, o tal vez nunca, la discusión de cómo ganó. El DT lo hizo de nuevo. Minutos después de terminado el partido, una amiga me escribe por wasap: “A Tevez lo veo parecido a Antonio Banderas”.

 

Un matrimonio roto

Agustín Colombo

Racing es una bola de nervios. Una casa con el matrimonio roto, donde hasta respirar se torna insoportable. Si algo sale bien, es lo que tenía que pasar. Si sale mal, gritos. Insultos. Porque ya no son murmullos: son gritos de furia, de una ira incontenible. Si faltaba algo para homologar la relación rota entre sus hinchas y el técnico Fernando Gago (¿y el equipo también?), el clásico de anoche contra Independiente lo terminó de confirmar. Es una lástima, pero también es un hecho incontrastable. 

Fue una derrota contra un rival que pelea el descenso. Uno de los peores Independiente de la historia. Al que cargamos todas las semanas. Al que le cantabamos “el que no salta se va a la B” y el “buu” del fantasmita antes de empezar el partido. El equipo y la gente tenían que demostrar que todavía había fuego. Y no: todo fue un papelón.

En apenas minutos, el partido se rompió. El gol del Rojo sembró lo que era una fiesta de globos y gente en una desdicha multitudinaria. Y después vino lo que ya empieza a ser habitual: errores defensivos insolitos, falta de ideas, jugadores abulicos. 

Hay una mala vibra en la platea y la tribuna del Cilindro como hacía rato no veíamos quienes somos hinchas de Racing. Un momento La Libertad Avanza total. “Que se vayan todos” en lo más alto de la tabla. Racing como espejo de la Argentina. No importa lo que pase: tiene que cambiarse, terminar de romperse. Hinchas peleándose a las trompadas en la platea C, gente puteandose en la popular. ¿Qué pasó? No sabemos muy bien qué, pero algo nos pasó. 

El Negro Fontanarrosa, acaso el mejor sintetizador de sentimiento futboleros junto al Gordo Soriano que alguna vez tuvo este país, escribió lo que pasaba en este tipo de partidos. Y aunque él, con su corazón canalla, se basaba en los Central-Newell’s, la frase puede aplicarse a lo que vivimos en el Cilindro anoche: “Uno ha envejecido cinco años otra vez, igual que siempre. Todo por un clásico, apenas. Un partido de fútbol, simplemente”.

Anoche envejecimos. Y de la peor manera más posible.