“Comemos lo que somos” (Planeta) es el primer libro de Rocío Hernández, también conocida en las redes sociales como “Nutriloca”, un ensayo desde una perspectiva que combina ciencia, experiencia, amor a la salud, ética y el concepto de soberanía alimentaria.
“Es una invitación que les hago a cuestionar nuestros propios hábitos de consumo, situándolos socialmente y reconociendo nuestros privilegios. Es una invitación al re-vínculo, para permitirnos comprender que la salida es colectiva”, propone desde el prólogo.
Esta nutricionista y psicóloga social, nacida en Rosario en 1985, busca ir más allá de la relación que tenemos como individuos con la comida y la aborda en estos términos: la comida “es un vínculo más” y trabajar en ese vínculo, entender desde qué lugar y cómo nos relacionamos con eso, es parte al fin y al cabo de nuestra salud mental.
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Es en ese engranaje entre lo social, el espacio que habitamos y lo individual, dice Hernández, donde está en gran medida el posicionamiento desde el que cree necesario hablar de la comida. “Acompaño a personas, a individuos, pero no lo puedo desvincular de su entorno. Cuál es su rol en ese entorno, qué rol juega la comida dentro de esa persona. Porque la comida ya hoy la podemos entender como un vínculo más. Casi que te diría que uno se vincula con los alimentos”, asegura en diálogo con PERFIL.
Por esto señala que, cuando esa vinculación “se da una manera que nos han enseñado mucho, principalmente a las mujeres, penalizadora, culposa, de permitidos y prohibidos, una manera que se fue gestando a través del tiempo a partir de las industrias de la dieta, de la belleza”, se separa de lo que en realidad es: “Algo que inclusive nos da vida, nutrientes, que puede ser super reparador”.
A lo largo del libro, la especialista en Nutrición Vegana y Vegetariana en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y directora del posgrado de Alimentación Basada en Plantas de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR insiste en que “lo personal es político” y lo explica desde su experiencia: cómo las crisis económicas moldearon no sólo su forma de comer, sino la dinámica de su familia y el camino que elegiría después hasta llegar a su rol de divulgadora. “Hoy al comer reparo hasta a esa niña que comió mate cocido con pan, la reparo constantemente. El vínculo con la comida es un vínculo más y trabajar en ese vínculo es parte de nuestra salud mental”, reflexiona.
“El acervo inicial, la familia, los primeros contactos, marcan una huella super importante, lo que no significa que uno los pueda trabajar y tener otras elecciones, elegir otros caminos distintos. Para mi fue un antes y un después descubrir eso, porque lo tenía muy naturalizado y cuando pude ponerlo en palabras, elaborarlo, situarlo en un contexto sociohistórico particular, ver que en otras familias pasaban cosas distintas… Ahí entendí que eso también tenía que ver, que no es que Rocío salió de un repollo, se convirtió en ‘nutriloca’ y de repente ve la alimentación de otra manera. Tiene que ver con todo eso transcurrido”, asegura.
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Alimentación basada en plantas y el poder de la cultura alimentaria
Entre los diversos temas, también aborda los cuestionamientos al vegetarianismo, veganismo y a quienes basan su alimentación en productos que prescinden de la carne animal, que llegan al 12% de la población total en Argentina.
“La cultura alimentaria tiene tanto poder que se nos impregna generando sentidos y representaciones que hasta crean un registro identitario (…) Nos identificamos con nuestros alimentos porque creemos que forman parte casi de algo tan profundo como nuestro ADN”, dice la autora en un fragmento de “Comemos lo que somos”.
Esta cultura, amplía Hernandez a este medio, “nos permea tanto, la tenemos tan adentro, que vamos a defenderla a muerte”. “Y todo lo que se interponga va a ser cuestionado, ‘bullineado’, y todo lo que ocurre alrededor. Con la comida pasa mucho eso porque es un lugar de encuentro, de comunicación, donde uno expresa deseo, amor, hay muchas cosas que giran alrededor de esa comida porque es muy visible. En los últimos tiempos, creo yo, se ha agudizado mucho esa violencia y de hecho está estudiado que hay un avance alrededor de la violencia de lo distinto, lo diferente”, analiza sobre las críticas hacia quienes optan por una alimentación basada en plantas.
Las dietas y el rol conflictivo con la industria en la vinculación con los alimentos
En el recorrido de más de 200 páginas, la nutricionista no deja de lado –entre otros ejes– la conflictividad entre las mal llamadas “dietas” y cómo los distintos paradigmas de la moda y la industria fueron –y siguen– moldeando esos mandatos.
“Hay como una deformación, en artículos científicos o la ciencia que estudia este tipo de temáticas o dietas emiten determinados comunicados y después lo que sucede es que en lugares de divulgación masiva, redes sociales, se confunden un poco las cosas y se deja de tener criterio. Lo que ocurre también en ese contexto es lo que ya tenemos que no tenemos saldado, porque al final lo que sucede con una determinada dieta, o llamalo como quieras, es tener un determinado cuerpo o pertenecer a un determinado sector: ‘hago ayuno, hago keto’, hasta el veganismo inclusive puede ser tomado o capturado como un lugar de pertenencia desde un lugar que no es el ético, y que no tiene nada que ver con el veganismo”, analiza Hernández.
“La industria capturó todos nuestros deseos y los hizo negocio: nos estimula y nos hace muy adictos a cosas horrendas, y por otro lado nos secuestró nuestro deseo de tomar contacto con nuestros alimentos. Si vos no te haces cargo de tu comida, la industria lo hace por vos, y mientras más te corres, menos tiempo tenés para eso porque se lo dedicas a otra cosa, y así. Es un juego de roles y son productos que están diseñados y preparados para eso: no es tu falta de voluntad de no poder parar, es porque están hechos para que uno no pueda parar”, reflexiona sobre el final de la entrevista.
AG CP